Historias tristes

Esta fue mi segunda semana de trabajo en Casa refugiados y aunque ha sido muy pesada debido a las pocas horas de sueño que tengo, las montañas de tarea y todo el trabajo que hay por hacer en la oficina, la experiencia me gusta cada vez más, pues todas las personas que he conocido y sus historias de vida, han cambiado mi forma de pensar y de ver el mundo, además tanto por parte de mis compañeros de trabajo como de los refugiados, he aprendido muchísimas cosas y en muy poco tiempo, cosas que no se aprenden en los libros o en la escuela, sino por las experiencias que día a día vive cada persona.

A pesar de que me gusta convivir, ayudar y conocer las historias de los refugiados que llegan a México, he de confesar que en muchas ocasiones me causa tristeza y una sensación enorme de impotencia, conocer los motivos que llevaron a cada uno de ellos a pedir asilo en nuestro país, pues en la mayoría de los casos, son situaciones y experiencias horribles. En el tiempo libre que se tiene en algunas ocasiones, antes, durante o al final de las capacitaciones que están tomando algunos refugiados para encontrar trabajo, Jenny (una refugiada) nos comenzó a contar la historia de ella y sus tres hijos, y lo que platicó me dejó totalmente impactada, incluso, tuve que fingir ver mi celular, agachar la mirada  y salir del salón para que no me vieran llorar, porque se supone que a quienes trabajamos en la organización, los problemas de los refugiados no deben “afectarnos” pero en mi caso, resulta bastante difícil.

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